Texto Autorizado

Quisiera poder escribir una historia que describiera ciertos tristes hechos pero la literatura narrativa definitivamente no es lo mío. Yo prefiero mecanografiar conjeturas abstractas que espero, usted lector, pueda llegar a comprender. Pondré solo algunos elementos tangibles para poder materializar mis palabras en su mente: Fiesta, niña dormida, hombre embebido de alcohol, perturbación en un cuarto, trauma físico, despertar, pesadilla, fiscalía, hospital, dudas eternas sobre lo que pudo haber pasado en un cuarto donde un extraño cercano sacia su placer seminal con una inocente. En ocasiones tengo fantasías sádicas con desconocidos en la fila de los bancos en el supermercado o en un restaurante. Quiero arrancarles la piel, agujerearles los ojos, lamerles las entrañas expuestas al sol, pero para un hombre que ha violado a una mujer, a una amiga, las fantasías pasan a ser una necesidad. Me urge destruir órgano por órgano, tejido por tejido, célula por célula de todos los desgraciados que han sido capaces de usurpar el santo grial de la humanidad. La castración incluye el prepucio, las gónadas prostáticas, los testículos, la lengua, las uñas, los dedos, cada nervio lo quemaré con un cigarrillo. Las lágrimas rosadas que corren por las mejillas de una inocente no pagan la pesadilla que provocó una erección descontrolada. Un pedofílico tiene una hija y aun así es capaz de usurparle la tranquilidad a otra niña. Espero que a la hija de tal monstruo no le ocurra lo mismo. La hija de tal monstruo jamás perdonará ese tipo de acceso. Su mirada decepcionada estará tatuada en la frente el padre.

Enterrar el dolor es lo más saludable en algunos casos. Pretender que nada ha ocurrido. Las placas tectónicas siguen desplazándose para algún día chocar y acabar con las ciudades cultivos de cáncer, de sida, de infección. Un metro ochenta centímetros bajo tierra es la medida a la que entierran los cadáveres para que no escapen y nos hagan recordar lo que algún día seremos.